Para los papás que amaron hijos que no eran suyos, gracias

Siempre es buen momento para agradecer a todos esos hombres que se armaron de valor para aceptar y amar a quienes se terminarían convirtiendo en sus hijos. 


Desempeñar el papel de padre no es una tarea sencilla, y mucho menos cuando los hijos con los que compartirás el resto de tu vida, no son de tu sangre.

Este increíble acto de amor merece reconocimiento por su pureza y por el nivel de empatía que requiere. 

Cuando un hombre acepta criar a un hijo como suyo, le brinda su amor por gusto y no por obligación.

Esos hombres que aceptaron tener una familia completa y amarla como si fuera propia. Que tomaron como suyas todas las responsabilidades que conlleva tener un hijo, aunque no sea de su sangre.

Ellos que se desvelan cuando hay enfermedades, ayudan en los deberes con los hijos, y que se meten hasta dónde pueden con la educación de sus hijos, gracias, por ser ese tercer guardián en la vida de los pequeños.

Se merecen todo el respeto, porque su dinero bien podría estar en otras cosas, pero está en forma de comida y techo para ese pequeño que día a día le roba el corazón.

Porque ser padre va más haya de una prueba de adn o un apellido, aún hay hombres buenos esos de noble corazón que aceptan a su pareja con hijos y los consideran también suyos.

Sus noches podrían ser de fiestas y reuniones con amigos, sin el peso en los hombros de la responsabilidad, pero son de películas y palomitas, o contando cuentos de aventuras. 

Sus vacaciones podrían ser en cualquier lugar, sin embargo deciden llevar al pequeño a conocer las tortugas y las lagunas bioluminiscentes porque es su sueño.

Podría estar 24 horas al día con la mujer que ama, pero sabe que hay alguien más importante que la necesita más tiempo, por eso explota el par de horas que tiene con ella cuando llega la noche.

Gracias por aceptar que les digan papá, aún cuando no lo son, por tomar ese rol sabiendo que es un privilegio y una tarea monumental. Por los besos de buenas noches y poder decir te amo.

Porque dan todo sin distinción a sus nuevos hijos, que tal vez no tengan su sangre, pero tienen su corazón.

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